Cruel enfermedad
Y de pronto abres los ojos y te das cuenta que cada acción, cada esfuerzo, cada idea y aliento lo has invertido en el sueño de alguien más; así es como la aventura comenzó. Ese duro despertar se dio en vísperas de Navidad, todos contábamos los días para salir de vacaciones, en especial yo que pase de largo el verano, trabajando en un proyecto que fue tomando fuerza conforme experimentaba el asombroso mundo universitario nuevamente; la única diferencia es que ahora el camino no fue trazado por la influencia familiar, la crítica social o la necesidad económica que fue ingrediente indispensable en cada una de mis decisiones a partir de los veintitrés años en adelante.
Ahora era distinto, nació como un reto personal, con la inocencia de mantener encendida la llama de la vida en mi cabeza, que claro, esta por demás el comentario, señalar que el temor más grande que tengo en este mundo, es la perdida de lucidez, el que se desvanezca mi cordura, mi elocuencia, el mundo que he construido a través de enfrentar día a día lo desconocido, lo incierto, lo provisto por la suerte o algo divino ¡qué se yo!
Pero no me desviaré en mis temores en este relato, lo más sensato es dar peso a lo que en primera instancia me acercó una vez más a la computadora, en otro escrito tal vez desglose mi encuentro con la muerte de mi abuela, la pausa para contemplar a un amante demasiado culto, la amistad pérdida que me lastimaba como fresca herida; pero no, este relato tratará hoy de algo que lastimo mi dignidad, mi ego, mi personalidad, mi carácter blandengue, débil, escaso; pues de pronto me vi inmersa en la disyuntiva más ridícula pero más complicada que suele presentar una enferma, casi moribunda del cruel diagnóstico del " a todo si", esa letal enfermedad que carcome más rápido que la lepra; lo sé, es penoso reconocerlo públicamente, pero toda mi vida desde que tengo conciencia a toda petición, a toda idea, a toda aventura, a toda suerte, mi respuesta es un si, pesé a las consecuencias gratificantes o escalofriantes con las cuales después debo lidiar y transformar en aprendizaje.
Salí de la oficina echa un nudo de enojo, llegué a casa maldiciendo mi poca voluntad, mi flaqueza ante el abuso del cual estaba cociente y que parecía era yo la más interesada en padecerlo.
Una vez más pondría a trabajar todo mi talento y habilidad para lograr la meta, el sueño de alguien más, lo que yo deseaba tendría que esperar una vez más, de nada me servía estudiar y sobresalir si no podía aferrarme a un "no", y lo único que buscaba era huir, salir corriendo y olvidarme de mi debilidad;
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